Con una discreta arquitectura, la
cárcel Modelo ubicada en el centro de Barcelona, disimula por fuera y con
acierto todas las historias que guardan sus paredes centenarias. No cualquiera
puede traspasarlas y para hacerlo, además de empeño y dedicación se necesitan
muchos formularios, revisiones, más formularios y más revisiones y atravesar
muchas puertas, que se abren y se cierran rotundas ante los que estamos
acostumbrados a movernos libremente por la acera.
Pero hay una cosa, que te empuja
a traspasar una, otra y las puertas que hagan falta para llegar hasta el alma
de un recinto penitenciario. Para conocer de cerca a esas personas que tratan
de doblarle la mano al destino buscando unos momentos de libertad en los
talleres de creación artística del recinto. Una de esas fuerzas para traspasar
las barreras físicas -y las que no se ven- te las da el entusiasmo del personal
que trabaja día a día con los internos.
Nuria, la educadora social que me ha invitado a dar el taller, es una de
ellas. Pequeños héroes a quienes las tremendas historias que hay detrás de cada
interno lejos de ahuyentarles, les atraen y les empujan a seguir creyendo en el
ser humano, aún en los contextos más adversos. En los talleres de artes
plásticas y en los de cerámica se respiran “segundas y hasta terceras
oportunidades”. Y eso mola.
El segundo empujón te lo da tu
entusiasmo mismo. Contagiada ya de esa grandeza del personal, quieres ver si
puedes con tu trabajo estirar esos minutos de libertad y tratar de que los
internos viajen, vuelen, a través
de la poesía y el arte de nuestros
modestos libros carboneros.
Sorteadas durante los primeros
minutos, las miradas que escanean a
cualquiera que venga del exterior, me pongo manos a la obra porque no quiero
perder ningún minuto de esta experiencia.
Me presenta, bondadosa, Sofía, la
titular de un taller en que las pinturas y el dibujo tapizan las frías paredes.
Les explico en qué consiste un libro cartonero, en su función, su objetivo y de
qué están hechos. Les muestro cómo vamos a hacer un libro en estas horas. Cómo
vamos a convertir unos cartones recogidos de la calle, unas fotocopias y unas
revistas viejas en un libro. Se sonríen cuando explico esto y cuchichean (claro, dirán ¿De dónde viene
esta loca que quiere hacer libros con cosas de la basura?) pero las sonrisas se
transforman en miradas reflexivas cuando les digo que lo que vamos a hacer “es
darle una segunda vida al cartón, una segunda oportunidad”. Ahí las risas
decrecen. Se produce un pequeño silencio y rápidamente se ponen manos a la
obra.
Al compás de Chopin y otros
clásicos, los internos hacen en dos horas de taller, un libro cartonero cada
uno. Entremedio han cantado, hablado, preguntado, vuelto a cantar, hablar y
venga preguntar. Han contado chistes también. Les gusta el resultado del libro
que tienen entre manos. Lo han decorado a su bola y les hace ilusión – al menos
eso creo- que cada ejemplar de Micronopia, de María Paz Ruiz Gil tenga
una portada “única e irrepetible”.
Le sacamos una foto a sus obras y
les digo que se lo pueden llevar para leerlo con calma. Algunos me lo quieren
regalar. Los disuado inmediatamente y no sin una pizca de humor negro:¿No será porque no tenéis tiempo de leer?
Nos reímos juntos y nos despedimos varias veces. En realidad la broma tonta
esta me la hago a mi misma para que no se me caigan lagrimones frente a ellos.
Estoy muy emocionada con estas dos horas. Será difícil de olvidar.
Pero no hay tiempo para tanto.
Rápidamente hay que abandonar el recinto, la vida en la celdas y en los patios
continúa.
Desandamos el camino a vueltas
con las puertas, las credenciales las identificaciones. La salida es muy
rápida. En media hora ya estoy puerta afuera y con ganas de tomarme un café
bien cargado para asimilar lo que ha sido dar un taller de edición artesanal en
la cárcel Modelo de Barcelona.
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